lunes, 4 de agosto de 2008

Pobre cochino interior...

- Sos celíaca

ZAS! Se me cayó el mundo abajo…

Hacía meses que venía rastreando qué me pasaba en el cuerpo. En la carnita, en la panza sobretodo. Las soluciones ni siquiera eran temporarias y los dolores (que ya francamente me rompían las bolas) no pararon por más medicación que me dieron.

El problema fue cuando Lolo y Vir especularon con mi diagnóstico.
- Naaaaaahhh!! No creo que sea eso… Si no tengo antecedentes familiares.

Pensaba en las facturas, tortas rellenas y pastas consumidas durante tantos años, y en la remota posibilidad de no volver a probarlas nunca más. Se me hacía un nudo en el estómago de solo pensarlo.

Después de semanas y semanas de mal humor constante, quejas y peleas con el que se me cruzara, el diagnóstico de mi gastroenterólogo fue fulminante.

- Sos celíaca.
A esa altura ya había digerido la posibilidad de no saborear nunca más una cerveza helada, o de no poder comer los tallarines caseros que hace mi abuela.

Por esa razón, la misma tarde del anuncio, una horita antes de verle la cara al señor que iba a cambiar mi “buen comer”, me senté en el café Martínez de Charcas y miré a los ojos al mozo:

- Una porción de torta brownie
- Con café?
- Un cortadito, y que la porción sea bien GRANDE
- Bueno… (gesto de que no duda de que soy un cerdo)

Saboreé esa porción como el último bocado de un preso. Nada me podía arruinar el momento.
Dejé la plata en la mesita del café y me dirigí decidida al consultorio y a una nueva vida en la que de ahora en más las tortas brownies las iba a tener que hacer yo.