viernes, 23 de septiembre de 2011

Comida de pobre

El pequeño totí
despertó de un sueño profundo
de alas cortadas y fruta robada.

Desde la oscuridad miró al sol
Y se sintió renovado
Extendió su oscuridad
Y comprendió que no era sencillo.
Comprendió la pequeñez de su cuerpo
y la grandeza del extraño.

Y escuchó que el hambre puede más.

Polenta y pajarito,
Trabajo y pan.
Niñez y vejez,
le pegaron en la nuca
y lo rescataron de una muerte segura.

Acomodó las patas enderezadas y
remontó vuelo, sin mirar atrás
Olvidando todo lo aprendido
Volviendo a ser pajarito

Polenta y pajarito

jueves, 15 de septiembre de 2011

Dame!


Martín se sentó en la falda de su madre. Con ojos abiertos y brillantes le dijo:


- Quiero un cuento!


Madre dio su mirada contra la de Martín y sintió esa exigencia como un pinchazo en las entrañas. Él quería un cuento. No buscaba que se lo contaran, lo quería a él, todo suyo para rememorarlo a la noche, de mañana, cuando se aburría en la clase de matemática. Algo de todo eso, asustaba a madre, que como les estoy contando, pareciera haber dejado de tener nombre para ser eso: madre.

Martín seguía impasible, con los ojos inmóviles y la boca entreabierta, mientras Madre miraba como se le inflaba y desinflaba el pecho a un ritmo acelerado.

Decidida, se aclaró la garganta, acomodó el peso cómodo de su hijo, y cuando estaba lista para contar alguna historia que calmara a ese monstruito insaciable…



…un conejo con reloj, saltó de su boca

jueves, 1 de septiembre de 2011

Revisión

Mientras esfuerzo mis recuerdos, me tomo un café en un bar. Flotan en el aire reggaetones radiales, en mis auriculares Regina, y en mis ojos pasan letras que despiertan una sensación familiar. Una sensación de deja vu…

…Estoy sentada como siempre, en el segundo banco. Apoyada la espalda contra la pared y despatarrada paralela al banco. Adelante, Rita escribe apuntes en el pizarrón, y la escucho casi sin necesidad de retener lo que pronuncia. Mi memoria guarda en algún lugar escondido los gestos, los míos, los de ella, el ambiente del aula. Hablar ahí sí que no me cuesta, me resulta natural y agradable. Siento necesidad de decir algo, de interpretar eso que leo, como si buscara las palabras justas para improvisar algo.
Una profe suplente con lenguaje universitario fracasa maquiavélicamente con el análisis discursivo. No me acuerdo haberme esforzado tanto como esa vez para hacer algo. Sabía que no había nada definitivo en esos garabatos en la hoja, sin embargo su respuesta como sonrisa me decía que había hecho algo bien. Que aunque más no fuera, el esfuerzo estaba justificado.
Antes o después, una luna, mirada con diferentes ojos, alumbraba una mortaja negra, una mujer, un camino. Luego… escuchaba las palabras esperadas.


Ahora junto pedazos, necesidades de textos, de pensar, de sostener una soga de la que me aferro.
Lo que a veces parece agotado, hoy se despierta con un cuento, con sus textos, o con las charlas en el auto yendo a cualquier lado. Quisiera desmenuzar hojas, exprimirlas, vaciarlas de contenido y ordenar todo otra vez, como un rompecabezas, como piezas listas para ser miradas.
Cada vez que lo tengo enfrente soy como una niña otra vez. Tengo hambre.