
Los viajes en colectivo suelen tener dos efectos en mí. Totalmente opuestos.
El domingo pasado tomó la forma que yo adoro. Me calcé los auriculares, y con la música a un volumen lo suficientemente alto como para no escuchar los sonidos de afuera, me dediqué a mirar.
El 150 me llevaba por calles que pocas veces veo, y hasta algunas que nunca había visitado.
Extrañamente, paisajes que siempre había imaginado como antros, lugares que había visto de lejos con miedo, me parecieron encantadores paisajes de Buenos Aires.
Una bicicleta por la calle.
Un picadito al sol en la maltrecha cancha de la plaza.
La ropa colgando del balcón.
La entrada a Lugano 1 y 2.
El autódromo.
Carnavalitos del norte.
Lentejuelas brillantes.
Si hubiera tenido una cámara quizás ahora estaría armando una muestra de fotos. De esas que exponen lo que hace la gente común.
La tarde me parecía feliz. Aún cuando algunas caras eran largas con gestos enojados, el día estaba teñido de sol. Ese sol que me daba en la cara y calentaba mis mejillas.
La música que escuchaba encajaba perfectamente con cada lugar, como hechos el uno para el otro.
Me bajé del colectivo y me fui a mi casa cantando bajito, con una sonrisa en el bolsillo.
El domingo pasado tomó la forma que yo adoro. Me calcé los auriculares, y con la música a un volumen lo suficientemente alto como para no escuchar los sonidos de afuera, me dediqué a mirar.
El 150 me llevaba por calles que pocas veces veo, y hasta algunas que nunca había visitado.
Extrañamente, paisajes que siempre había imaginado como antros, lugares que había visto de lejos con miedo, me parecieron encantadores paisajes de Buenos Aires.
Una bicicleta por la calle.
Un picadito al sol en la maltrecha cancha de la plaza.
La ropa colgando del balcón.
La entrada a Lugano 1 y 2.
El autódromo.
Carnavalitos del norte.
Lentejuelas brillantes.
Si hubiera tenido una cámara quizás ahora estaría armando una muestra de fotos. De esas que exponen lo que hace la gente común.
La tarde me parecía feliz. Aún cuando algunas caras eran largas con gestos enojados, el día estaba teñido de sol. Ese sol que me daba en la cara y calentaba mis mejillas.
La música que escuchaba encajaba perfectamente con cada lugar, como hechos el uno para el otro.
Me bajé del colectivo y me fui a mi casa cantando bajito, con una sonrisa en el bolsillo.