viernes, 18 de enero de 2008

Ese triste diciembre

El silencio de su boca me hacía callar.
Las lágrimas que le caían me llevaban a rodearlo con mis brazos.
Fuerte, bien fuerte lo abrazaba. Para que todas esas lágrimas salieran. Y no volvieran más.
Rodaban y caían.

Y cuando el silencio ponía stop, la piel se me ponía de gallina.
Las imágenes eran dolorosas. Para mí y para él.
Y el sabor salado de su boca me consolaba.
Cerraba nuestra herida.
El sol nos pegaba en la cara. De lleno.
Como una piña en medio de la nariz.
Pero yo no lo soltaba.
Ya nunca más lo iba a soltar.

jueves, 17 de enero de 2008

Perdido

Una góndola en un supermercado repleta de jabones en polvo.
Un regalo escondido en uno de sus pisos.
Una niña que juega a las escondidas con sus hermanos, detrás de estantes y pilas de latas de conserva.


En una de las tantas corridas, la niña se esconde detrás de una columna que está, por una de esas casualidades de la vida, junto a la góndola. Sus ojos de un lado para el otro buscan al enanito-hermano que la persigue.
Mira para la izquierda. A la derecha. Y luego hacia la fila de cajas.
Sin querer su vista se topa con una nariz acolchonada.
Entre tanto olor a limpieza ve asomarse entre los paquetes y cajas de jabón un perrito.

Chiquito.
Que cabe todo en una mano.
Con orejas y nariz negras.

El resto, blanco.
Resalta en el cuello una cintita roja de la que cuelga un papel.
La niña con debilidad por los peluches se abalanza sobre él y se lo lleva de su guarida. Con ojos brillosos por la sorpresa, lee el mensaje.


Es uno de amor. De un chico que pide perdón en dos palabras.


Se lo lleva titubeando. Con cierta culpa por el “robo”. Y piensa a quién habrá dejado sin un beso de reconciliación.



Mientras, en algún rinconcito de Buenos Aires, unos ojos no se despegan del teléfono.