viernes, 12 de diciembre de 2008

Parecido a ésa canción de Silvio

La fuente se estrellaba contra la pared y los pedazos hablaban de una historia fuera de esa cocina. Sin las flores y el rosa de la porcelana rota.
El enojo le salía por las uñas. Él la miraba con ojos desorbitados que parecían leer el por qué. Pisaba fuerte, miraba duro y hería con las palabras, pero aún más con sus silencios.

Dejaban al desnudo una vida construida con retazos, entre barrotes. Una vida que nada tenía de vivir, más que las pulguitas que miraban la escena desde las butacas del teatro.

En el piso, los añicos de relatos antes de dormir, de fábulas de princesas y príncipes destronados. De historias donde las fuentes no se estrellan contra las paredes y donde el “Happily ever after” es moneda corriente. Hasta que se choca con la realidad.

viernes, 21 de noviembre de 2008

Vagando por las calles

Hay días en que salir a la calle, pisar la vereda y dejarse llevar por el liviano olorcito de los árboles te deposita en un parque. Y en esa pausa, entre el quilombo de los autos y el quilombo en la cabeza, se ve la puntita de algo que se llama felicidad. Algo que es más sencillo de lo que parece.
Entonces pienso qué deseo hacer y qué hago...

Me siento en la plaza, sin importarme cuánto se manche mi pollera
Miro el lila del jacarandá, casi pelado de hojas, pero florecido hasta las puntas
Siento un inexplicable rocío vespertino
Me río del movimiento de la cola de los patos
Muero del calor por el sol en la cara y los pelos revueltos
Me hago la poeta bohemia en la plaza
Armo un inventario involuntario cada vez que escribo
Observo la nuca transpirada de un nene que no para de correr

Y siento que hay ciertas cosas que tiene su propio destino: los nombres, sus adjetivos, la manera en que se unen.

La felicidad repentina aparece al finalizar ciertos caminos. Caminos que no llevan a Roma, pero que sí me depositan en la almohada aplastada de mi cama, en donde puedo soñar hasta volver a despertar.

lunes, 3 de noviembre de 2008

Primer encuentro

La noche cargada de alcohol, dejaba al sí mal parado. Era una decisión difícil porque la incertidumbre no la dejaba ver.

Ella estaba sentada en una cama dejada por casualidad. Él se acercaba con miedo, con dudas y sin promesas bajo el brazo.

Sus uñas golpeteaban contra el colchón esperando que las burbujas dejaran de hacer efecto. Esperando no mirarlo como lo hacía. Esperando que todas las ilusiones permanecieran allí, en el rincón entre el silloncito y el equipo de música.
Sin embargo nada salió como debía, nada fue esperado. Dijo que sí y todo fue confuso.
Roces y huecos.
Besos y humedad.
Temblor y miradas fijas.
Un poco agridulce.

Y al final lo mejor. El sueño, el abrazo. Dormir en el arco perfecto que hacía su mano y su pecho.

jueves, 16 de octubre de 2008

Pausa

De vez en cuando se las toma...
Un poco de aire fresco y acentos raros le vienen bien

Mientras tanto, la taza de café espera,
con la cucharita pegoteada de azúcar
y la aureola del jarrito en la mesa.
El puré sin pisar se enfría sin apuros.
El ritual del abrazo queda en standby.

Subo la escalera y espero que me sorprenda,
pero los días todavía no pasaron.
Ocupo su lugar con suricatas y tigres,
con la narrativa diaria.
Después limpio la tacita y piso el puré.
Su voz me hace eco en cada palabra.

No pasa nada, me digo...
Los abrazos pueden esperar
hasta la hora en que su avión vuelva a aterrizar.

miércoles, 8 de octubre de 2008

De rebusques


Y cada vez que pienso que comprendo,
que encuentro una vuelta a esas palabras
Me vuelvo a chocar con una X, con la Z, con un signo de pregunta

Releer o encontrar el papel no me cambia la perspectiva.
Perdida en el abecedario vuelvo a interpretar lo que yo quiero

Hasta que alguien corre la cortina y entiendo.
Aunque si no pasara… seguiría colgada en mi nube.

viernes, 26 de septiembre de 2008

Choices

Cuando estaba en primaria, y hacía cosas de niña, solía escuchar la radio con mi vieja.
Los fines de semana había programas para chicos en Continental. Yo participaba llamando como señora desesperada a Susana Gimenez.

Había acertijos, preguntas, concursos de llamados y demás desafíos para nenes de mi edad. El problema es que yo llamaba como una condenada, todos los sábados a la mañana. Me costaba un montón comunicarme antes que alguien se hubiera ganado el premio. Siempre me tocaba el consuelo. El que conseguía yo, generalmente era un diccionario Larousse escolar. Una reverenda porquería. Es más, hace un tiempo regalé un montón de esos.

Pero una mañana iluminada, mi llamado llegó antes que otros. Ya ni me acuerdo qué contesté. Tampoco me acuerdo si mi vieja contestaba por mí la pregunta… solo me acuerdo que gané.
Era un día glorioso. Me había ganado una visita guiada al zoológico con mis hermanos y mi mamá, pero un lunes, los días en que el zoológico estaba cerrado. Los animales eran todos para mí. Les podía dar de comer hasta cansarme. Y acariciarlos con la guía de un cuidador. A esa altura de mi vida, era uno de los mejores regalos que me podrían haber tocado.

Sin embargo… el día pautado para la visita se superpuso con mi audición para el coro del colegio. Yo tenía 9 años, estaba en 4º grado, y no había nada en el mundo que deseara más que cantar en el coro, que me seleccionaran.
Si me preguntan por qué tanto ensañamiento con la música, la verdad que no tengo una respuesta. Nadie era músico en mi familia. Pero todos cantábamos en la ducha. Y mi viejo era un buen improvisador de canciones con groserías.

Tantas ganas tenía de sobresalir en la audición (estaba segura de quedar), que dejé de lado el único premio que había ganado en las largas mañanas de llamados.
Efectivamente quedé en el coro. Eso me bastaba para sonreír de oreja a oreja.
Pero lamentablemente llegaron mis hermanos, mi primo y mi mamá, quienes no habían dejado de ir al zoológico por mí baja, desencajados de la emoción por la visita exclusiva que habían vivido.
Obviamente me bajaron la sonrisa de un hondazo.
Calladita la boca, me senté a cenar un rico puchero con ceño fruncido.

Seguí llamando a los programas de radio. Y junté una hermosa colección de diccionarios.

martes, 23 de septiembre de 2008

Por primera vez


Hace unos años cursé una materia en la facultad en la que por segunda vez, me ponía en contacto con la radio.
Como teníamos que hacer un programa en vivo en el estudio, decidimos juntarnos todo el grupo para ponernos de acuerdo en el armado de nuestro magazine.
En lo del Chino (centro de reuniones) buscando música para la artítica, encontré entre discos locos, una canción que me gustó mucho.
Era de una señora llamada Madeleine Peyroux, que tenía como una voz vieja, pero agradable, y me resultaba de una calidez enorme. Cantaba una canción que se llamaba "Dont wait too long".
Después de este encuentro con su música nunca más volví a escuchar algo de ella, pero guardé en la memoria nombre y melodías para no olvidarme si la volvía a ver.

Hace poco entré a ticketek buscando recitales para ir a ver, y me topé con esta mujer, que viene en diciembre.
Me decidí a ir a verla sin escuchar sus discos. Ir como se va a una obra de teatro, sin saber lo que se viene.
El fin de semana, una muchachito vino de sorpresa,con las entradas para que la vayamos a ver.


Me encantó la sensación de ir a ver a ciegas a una cantante y disfrutar por primera vez de su voz. Total, para seguir escuchándola tengo mucho tiempo...

martes, 16 de septiembre de 2008

Mar dulce, hermoso y cruel

Hoy por la mañana, entre empujones de pasajeros y bocinas al unísono, fui leyendo un libro que me habían recomendado. Un relato que me daba curiosidad.
Ya en el trabajo, y aprovechando que mi jefe no había llegado, terminé de leer las 30 páginas que me quedaban de “El viejo y el mar”. Un libro corto y sencillo del genial escritor Ernest Hemingway.
La verdad que no soy buena crítica literaria. Sé pocas formalidades sobre como comentar un texto. Muchas veces hasta no comprendo el verdadero significado de los cuentos.
Para explicarlo mejor: cuento con una visión, si se quiere, un poco infantil de lo que leo. Me dejo llevar por las sensaciones que me transmite un cuento o una novela. Lamentablemente esa relación que entablo con el relato me hace perder el verdadero sentido de lo que leo. Pero la verdad no lo puedo evitar. Es algo más bien visceral. Veo como un paisaje general, aprecio colores y formas, pero me cuesta un poco centrarme en los personajes. Leo otra historia diferente a la que supuestamente quieren contar.

Sin embargo no podía quedarme callada frente a terrible cuento-novela.
En “El viejo y el mar”, me conmovió sinceramente la sencillez. La de la escritura y la de su protagonista. Me impresionó que me atrajera tanto un libro en el que los diálogos son internos, que suceden dentro del protagonista y su pez.
Pude ver otro mar, uno lleno de colores. Yo siempre lo había pensado azul, casi uniforme. Este mar tiene vida. Brillo. Y sus habitantes son tan humanos como los pescadores. Y por ello merecen respeto. Son juzgados como cualquier hijo de vecino.
En este libro cada uno gana su destino, hace su destino y vive acorde a su posición.

Ahora, más que nunca quiero ir a Cuba. Mirar sus playas. Ver a los pescadores de manos agarrotadas y llenas de callos. Caminar por calles empedradas y quizás cantar con algún moreno en la feria, un pedacito de “Lágrimas negras”.

jueves, 4 de septiembre de 2008

Pequeñez


Hoy me levanté…. Medianamente de buen humor.
El día estaba frío pero con solcito.
Después del trabajo me espera un barcito con alguna coca y lecturas que imagino agradables.
Pero mi trabajo, como sucede muchas veces, me hizo enojar.
No ese enojo de querer romper cosas. El enojo de puchero infantil.

Sí, hoy es uno de esos días en que frunzo la ceja y cada vez que pasa mi jefe por al lado hago un claro pero imperceptible bufido
- PUFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF

A causa de mi enojo tan poco adulto, me estoy lastrando todo un paquete de galletitas, que encima casi no tienen sabor (aparte de no tener gluten).

Es que hoy es el día de la secretaria… Y mi jefe apenas si se acordó de saludarme… Y toooooooooodas recibieron regalo menos yo.

Sé que no tiene razón de ser este enojo y/o berrinche. Pero quería manifestarme de manera madura y sin escándalo mayor.
Y qué mejor lugar que mi propio blog.

He dicho

lunes, 4 de agosto de 2008

Pobre cochino interior...

- Sos celíaca

ZAS! Se me cayó el mundo abajo…

Hacía meses que venía rastreando qué me pasaba en el cuerpo. En la carnita, en la panza sobretodo. Las soluciones ni siquiera eran temporarias y los dolores (que ya francamente me rompían las bolas) no pararon por más medicación que me dieron.

El problema fue cuando Lolo y Vir especularon con mi diagnóstico.
- Naaaaaahhh!! No creo que sea eso… Si no tengo antecedentes familiares.

Pensaba en las facturas, tortas rellenas y pastas consumidas durante tantos años, y en la remota posibilidad de no volver a probarlas nunca más. Se me hacía un nudo en el estómago de solo pensarlo.

Después de semanas y semanas de mal humor constante, quejas y peleas con el que se me cruzara, el diagnóstico de mi gastroenterólogo fue fulminante.

- Sos celíaca.
A esa altura ya había digerido la posibilidad de no saborear nunca más una cerveza helada, o de no poder comer los tallarines caseros que hace mi abuela.

Por esa razón, la misma tarde del anuncio, una horita antes de verle la cara al señor que iba a cambiar mi “buen comer”, me senté en el café Martínez de Charcas y miré a los ojos al mozo:

- Una porción de torta brownie
- Con café?
- Un cortadito, y que la porción sea bien GRANDE
- Bueno… (gesto de que no duda de que soy un cerdo)

Saboreé esa porción como el último bocado de un preso. Nada me podía arruinar el momento.
Dejé la plata en la mesita del café y me dirigí decidida al consultorio y a una nueva vida en la que de ahora en más las tortas brownies las iba a tener que hacer yo.

jueves, 26 de junio de 2008

Fantasías


El mundo de los grandes se le hacía inabarcable.
Por las noches, soñaba con formas humanas enormes. El sol la enceguecía y ni siquiera las sombras de esos gigantes señores le tapaban la luz.
Pero a ella no le importaban ni el sol ni la luna: los señores grandes le daban miedo y prefería escaparse de ellos antes que cobijarse en sus ropas.
Y cuando ya estaban lejos volvía a respirar con normalidad.

Sin embargo, había uno que no le daba miedo. Con él se pudo subir a un tren y viajar donde no había amenazas.
La llevó bien lejos, a otro reino, otro país.
Allí, la estación de trenes era muy extraña: más sucia pero más soleada. Las personas lucían más tostadas y cargaban por las calles bolsas y gotas de sudor.
Sus zapatitos hacían clac clac por el empedrado. La vereda era muy angosta y preferían ir por la calle.
Ese día, de la mano del señor amigable, ella conoció majestuosas escalinatas, viejas que debían tener ruleros y pintorescos loquitos.

Volvieron en el tren, sentados uno al lado del otro. Una luz se fue y aparecieron cientos como puntitos lejanos, intermitentes. Sus ojos se escaparon por la ventana.



Al volver a su cama, los viejos miedos aparecían. Las enormes figuras se abalanzaban sobre ella, como queriendo devorar su tiempo.
Sin embargo, por las noches cuando sentía la manota en su frente y una caricia en el pelo recordaba la extraña tarde.
Santo remedio. Respiraba tranquila y volvía a soñar con ositos cariñosos y pequeños ponys que la llevaban bien lejos.





* El dibujo es del blog Tipika , perdón por robarlo por un rato!

martes, 24 de junio de 2008

Posturas

Hay días en que me siento en mi escritorio
y me siento torcido.

Hay días en que salgo a la calle
y ¡tengo derecho!
pero me siento oblicuo.




Una pequeña intervención de JP.
Saludos!

lunes, 9 de junio de 2008

Pre - Invierno

Cosas que pasan cuando llega el frío:

- Los guantes se pierden en la calle
- Los paraguas se rompen
- Aparecen bufandas de todos los colores, pero que abrigan
- Todos llegan tarde al trabajo
- La cuenta de gas se pone carísima
- El acolchado se vuelve el mejor amigo
- Se disparan las ventas de medias y calzoncillos largos
- Las aulas se vuelven una heladera
- Reaparece el olvidado submarino en los cafés porteños
- La vereda donde da el sol está llena de gente
- Nos calentamos las manos al fuego de la estufa
- Usamos remeras viejas pero abrigadas (total no nos sacamos el pullover)
- Dejamos las ojotas por las pantuflas
- Miramos pelis con la frazada encima
- Hago guiso
- Sale humito de mi boca
- Usás el chalequito feo
- Te busco a la noche para abrazarte
- Se hace más difícil soltarte

jueves, 29 de mayo de 2008

Aquí están mis credenciales

De chiquita no lograba congeniar con mi nombre.
Me molestaba sobremanera que significara lo que significa:

Soledad

- Qué aburrido! – me decía
- Soledad está sola – se reían

Más de una vez quería cambiar a Florencia, a Luciana, a alguno insignificante.
Mi viejo, con la tele enfrente y los ravioles en el plato, me jodía con Soledad Dolores Solari. Ese personaje patético de Gasalla.
Entonces me enojaba, mi papá me daba un abrazo y me iba al cuarto en pleno puchero.
Y yo prometía no terminar con el pelo llovido, con una cartera en la mano, y menos que menos con esos guantes blancos, que daban la sensación de ser recortados de un mantel de mi abuela.

De más grande comencé a tomarle cariño.
Empecé a escuchar otras canciones

Un Sabina.
Un Drexler.
Un Sanz.
Un Calamaro

Y leía mi nombre.
Era compañera. Esa Soledad, hacía compañía.
Y me gustó.
Y me amigué. De a poco me acerqué a su raíz.

Más que nada disfruté de escucharme en una canción. De verme en un poema.
Aunque no fuera para mí. Aunque fuera para esa Soledad que primero había rechazado.

Y hace unos días. En un teatro como boca de dinosaurio, volví a escucharme en los labios dulces de un hombre. Y volví a tomarle el gustito. A sentir que estar en soledad no siempre es estar solo.


Y que mi propia compañía hoy, me ayuda a redescubrirme.

viernes, 25 de abril de 2008

Entrecopas

Una cervecita y algunas cosas para contar siempre siempre son buenas excusas para juntarse con amigas.
Y a veces uno termina hablando de cualquier boludez... o de cosas realmente importantes.
Ayer mientras masticaba una galletita y el vaso de cerveza se calentaba en la mano de Sol, yo hablaba y recordaba historias que nunca viví.
Les conté de mis abuelos. De sus historias de película. De sus historias de amor.
Ahí. En un simple relato, me dí cuenta.
Me di cuenta de las ganas ocultas que podemos tener de vivir amores de cuento. Amores literarios.
Yo me imagino en un futuro a un hombre.
Uno que agarra un libro de su biblioteca. Que luego de terminar de leer el cuento tiene los ojos llorosos, y reconoce en lo leido una historia digna de ser recordada.
Me imagino que esa historia es parte de la mía. Sueño que, de alguna manera, yo sea capaz de generar esos cuentos que conmueven. Sueño con conmover el alma de un hombre.


Pero la lucidez se va pronto... tanto como los litros de cerveza y las risas en compañía.
Entonces me olvido en lo que pensé. Me pierdo en la charla.
Ahora sentada frente a la compu, me acuerdo de una frase que mi abuela me decía:

"Romántica loca... De todo te olvidas, cabeza de novia"

jueves, 17 de abril de 2008

De Freud, que me está volviendo loca...

No me imaginaba cómo era ir a terapia.
Sentarse en frente de un total desconocido y contarle cosas dolorosas, o que uno piensa que lo marcaron.
Que te mire… y no hable. Que te remate tu frase cómo si realmente supiera qué es lo que te pasa.
Ni hablar de que se cuelgue de tus palabras. Yo no quise decir eso!
Es loco… en su momento lo comparé con la confesión. Ese ritual católico que nos lava los pecados. Obviamente sé que tienen sus grandes diferencias.
La confesión sigue en la Edad Media: teocéntrica. El psicoanálisis en la Modernidad: centrado en el sujeto. Una juzga, el otro ayuda a vivir con aquello que nos pesa.

Y aún así, hay un patrón común.
El decirle a otro lo que sentimos, lo que hacemos o hicimos. Y ese otro en un lugar más alto. De sabiduría.
Transmitirle miedos y abandonos. Miles de cosas.

Y ahora que me expuse a eso, que levanto la guardia y la bajo como por arte de magia… encima tengo que pensar en todo lo que dije. Y creer, como en los cuentos de hadas, que las soluciones llegan, que los castillos de arena no se derrumban sin que empiece a construirse uno nuevo, y que la mano que me tiende esta buena mujer va a tirar el árbol que me tapa el bosque.

viernes, 4 de abril de 2008

Por la mitad

Tenía pensado un posteo monumental, con disertaciones sobre la mujer y la literatura. Sobre el amor que busca la mujer en la literatura. Sobre como no nos importa sufrir con tal de ser amadas hasta el hartazgo.
También lo había relacionado con uno de mis personajes favoritos, La Maga. Esa mujer que es a la vez amada y despreciada por Oracio. Esa mujer que contiene toda la inocencia de una niña, y el atractivo de una mujer.
Y ni hablar de lo que decía de Cortázar… Obviamente todas nos enamoramos de él a través de su hermosa Rayuela.
Ahhh!!! También decía que odio a Talita, solo porque suplanta a la Maga en el corazón de Horacio.

Pero me desinspiré… y quedó por la mitad.
Para colmo, leí en la facultad un texto de “un tal” Cornelius, desestimando la crítica, la reproductividad y la falta de textos nuevos, todo por una crítica a la posmodernidad…

Y ahora no me animo... No me animo a escribir lo que ya tenía escrito. Así que por ahora y solo por no olvidarme de mi querido blog, subo algo, y de paso me pueden dejar las opiniones que quieran: sobre La Maga, Talita, su creador, sus amores o lo que les haya inspirado lo escrito por esta humilde servidora.


Aprovecho para recomendarles pegarse una vueltita por un nuevo blog:
www.cronicasdemisviajes.blogspot.com


Saludos!

jueves, 13 de marzo de 2008

Estereotipo

El está sentado en su silla. Grandilocuente, enorme, charlatán por donde se lo mire. Todo un vendehumo.
Les habla y todos se ríen de lo que dice. Una risa cómplice. Ellos arquean sus manos y chocan sus dedos, mientras les cuenta el plan.
Es una idea brillante. Invierten la plata. Pero en realidad se la comen. Se la sacan de las manos a los nenes de pancita hinchada.
Miles y millones de pesos que planea tirar al techo en una gran campaña.
Se siente grande. Se siente importante. Eso es lo que siempre le interesó. Montarse en otro. Cagarse en el otro.
Vuelve a sus dos paredes a escribir un gran discurso. Esos discursos de demagogos. Esos discursos que nunca dan de comer más que un choripan. Y se siente crecer.
Se ensancha.

Engorda.

Se hincha más de lo esperado.

Es el ego.
El del piojo resucitado.


La garganta se le dilata.


Sus manos son dos globos.



Ya no puede respirar.



Los ojos se le salen de las órbitas.









Explota.

viernes, 29 de febrero de 2008

Espectador

Esa loca necesidad de hacer algo para ser visto.


Y ayer saltaban por la calle.
Señores y señoras vestidos de galera.
Frac semicómico. Purpurina transpirada.
Los cuerpos cansados del ajetreo.

Y sin embargo, dejaban ver solo caras sonrientes.
Una patada y al piso. Y vuelta a hacer equilibrio.
La noche tapada no daba respiro.
La nieve mucho menos. Me tapaba el ojo.
Qué soplamoco!


Rimas, leyendas y burlas perdidas a oligarcas que mutaron.
Los chamamés animaban la noche.
Provocaban ese inevitable movimiento de la patita.
Los gritos alentaban a las palmas.



La gente se había disipado.



Solo quedaron los ecos de una costumbre no por todos comprendida.
De otro tiempo y otra realidad
.

viernes, 22 de febrero de 2008

Postal

El agua caliente y la boca.
La boca a través de la bombilla.
El sabor metálico y la quemazón del agua en la lengua.
El repiqueteo en el ventanal.

El viento porteño pegando en los pisos altos de los rascacielos citadinos.


La lluvia y el mate se complementan de una manera especial.


















Y el cursor que espera que escriba algo más.
That’s all


viernes, 8 de febrero de 2008

El primer trabajador

Lleno de papeles el escritorio. Se asoman detrás de ellos sus ojos claros.
Mejillas sonrojadas y arrugas tensas en la frente.
Todo el día va de acá para allá.
Vuela sobre expedientes.
Pincela con la birome.
De vez en cuando hay remansos. La calma antes de la tempestad.
Y otra vez vuelta a correr.
Y a mirarlo como un partido de ping pong.
Con andar de pasos agigantados y un cigarrillo en la boca, recorre la oficina.
Se para. Da una bocanada de tabaco. Y me mira. Fijo.
Piensa. O eso creo.
Y vuelve a arrancar sin decir nada. Como los muñequitos a cuerda.
Como los conejitos de duracell. Con pilas hasta la noche. Y con cansancio refugiado en los ojos.
A veces me detengo y lo miro incrédula. Pienso cuanto puede valer estar así, y dejar de lado tantas cosas.
En esos momentos lo admiro y me apeno por él.
Después, en los momentos en que me quiero ir a mi casa, vuelve a ser mi jefe.

viernes, 18 de enero de 2008

Ese triste diciembre

El silencio de su boca me hacía callar.
Las lágrimas que le caían me llevaban a rodearlo con mis brazos.
Fuerte, bien fuerte lo abrazaba. Para que todas esas lágrimas salieran. Y no volvieran más.
Rodaban y caían.

Y cuando el silencio ponía stop, la piel se me ponía de gallina.
Las imágenes eran dolorosas. Para mí y para él.
Y el sabor salado de su boca me consolaba.
Cerraba nuestra herida.
El sol nos pegaba en la cara. De lleno.
Como una piña en medio de la nariz.
Pero yo no lo soltaba.
Ya nunca más lo iba a soltar.

jueves, 17 de enero de 2008

Perdido

Una góndola en un supermercado repleta de jabones en polvo.
Un regalo escondido en uno de sus pisos.
Una niña que juega a las escondidas con sus hermanos, detrás de estantes y pilas de latas de conserva.


En una de las tantas corridas, la niña se esconde detrás de una columna que está, por una de esas casualidades de la vida, junto a la góndola. Sus ojos de un lado para el otro buscan al enanito-hermano que la persigue.
Mira para la izquierda. A la derecha. Y luego hacia la fila de cajas.
Sin querer su vista se topa con una nariz acolchonada.
Entre tanto olor a limpieza ve asomarse entre los paquetes y cajas de jabón un perrito.

Chiquito.
Que cabe todo en una mano.
Con orejas y nariz negras.

El resto, blanco.
Resalta en el cuello una cintita roja de la que cuelga un papel.
La niña con debilidad por los peluches se abalanza sobre él y se lo lleva de su guarida. Con ojos brillosos por la sorpresa, lee el mensaje.


Es uno de amor. De un chico que pide perdón en dos palabras.


Se lo lleva titubeando. Con cierta culpa por el “robo”. Y piensa a quién habrá dejado sin un beso de reconciliación.



Mientras, en algún rinconcito de Buenos Aires, unos ojos no se despegan del teléfono.