jueves, 13 de marzo de 2008

Estereotipo

El está sentado en su silla. Grandilocuente, enorme, charlatán por donde se lo mire. Todo un vendehumo.
Les habla y todos se ríen de lo que dice. Una risa cómplice. Ellos arquean sus manos y chocan sus dedos, mientras les cuenta el plan.
Es una idea brillante. Invierten la plata. Pero en realidad se la comen. Se la sacan de las manos a los nenes de pancita hinchada.
Miles y millones de pesos que planea tirar al techo en una gran campaña.
Se siente grande. Se siente importante. Eso es lo que siempre le interesó. Montarse en otro. Cagarse en el otro.
Vuelve a sus dos paredes a escribir un gran discurso. Esos discursos de demagogos. Esos discursos que nunca dan de comer más que un choripan. Y se siente crecer.
Se ensancha.

Engorda.

Se hincha más de lo esperado.

Es el ego.
El del piojo resucitado.


La garganta se le dilata.


Sus manos son dos globos.



Ya no puede respirar.



Los ojos se le salen de las órbitas.









Explota.