viernes, 21 de noviembre de 2008

Vagando por las calles

Hay días en que salir a la calle, pisar la vereda y dejarse llevar por el liviano olorcito de los árboles te deposita en un parque. Y en esa pausa, entre el quilombo de los autos y el quilombo en la cabeza, se ve la puntita de algo que se llama felicidad. Algo que es más sencillo de lo que parece.
Entonces pienso qué deseo hacer y qué hago...

Me siento en la plaza, sin importarme cuánto se manche mi pollera
Miro el lila del jacarandá, casi pelado de hojas, pero florecido hasta las puntas
Siento un inexplicable rocío vespertino
Me río del movimiento de la cola de los patos
Muero del calor por el sol en la cara y los pelos revueltos
Me hago la poeta bohemia en la plaza
Armo un inventario involuntario cada vez que escribo
Observo la nuca transpirada de un nene que no para de correr

Y siento que hay ciertas cosas que tiene su propio destino: los nombres, sus adjetivos, la manera en que se unen.

La felicidad repentina aparece al finalizar ciertos caminos. Caminos que no llevan a Roma, pero que sí me depositan en la almohada aplastada de mi cama, en donde puedo soñar hasta volver a despertar.

lunes, 3 de noviembre de 2008

Primer encuentro

La noche cargada de alcohol, dejaba al sí mal parado. Era una decisión difícil porque la incertidumbre no la dejaba ver.

Ella estaba sentada en una cama dejada por casualidad. Él se acercaba con miedo, con dudas y sin promesas bajo el brazo.

Sus uñas golpeteaban contra el colchón esperando que las burbujas dejaran de hacer efecto. Esperando no mirarlo como lo hacía. Esperando que todas las ilusiones permanecieran allí, en el rincón entre el silloncito y el equipo de música.
Sin embargo nada salió como debía, nada fue esperado. Dijo que sí y todo fue confuso.
Roces y huecos.
Besos y humedad.
Temblor y miradas fijas.
Un poco agridulce.

Y al final lo mejor. El sueño, el abrazo. Dormir en el arco perfecto que hacía su mano y su pecho.