
El mundo de los grandes se le hacía inabarcable.
Por las noches, soñaba con formas humanas enormes. El sol la enceguecía y ni siquiera las sombras de esos gigantes señores le tapaban la luz.
Pero a ella no le importaban ni el sol ni la luna: los señores grandes le daban miedo y prefería escaparse de ellos antes que cobijarse en sus ropas.
Y cuando ya estaban lejos volvía a respirar con normalidad.
Sin embargo, había uno que no le daba miedo. Con él se pudo subir a un tren y viajar donde no había amenazas.
La llevó bien lejos, a otro reino, otro país.
Allí, la estación de trenes era muy extraña: más sucia pero más soleada. Las personas lucían más tostadas y cargaban por las calles bolsas y gotas de sudor.
Sus zapatitos hacían clac clac por el empedrado. La vereda era muy angosta y preferían ir por la calle.
Ese día, de la mano del señor amigable, ella conoció majestuosas escalinatas, viejas que debían tener ruleros y pintorescos loquitos.
Volvieron en el tren, sentados uno al lado del otro. Una luz se fue y aparecieron cientos como puntitos lejanos, intermitentes. Sus ojos se escaparon por la ventana.
Al volver a su cama, los viejos miedos aparecían. Las enormes figuras se abalanzaban sobre ella, como queriendo devorar su tiempo.
Sin embargo, por las noches cuando sentía la manota en su frente y una caricia en el pelo recordaba la extraña tarde.
Santo remedio. Respiraba tranquila y volvía a soñar con ositos cariñosos y pequeños ponys que la llevaban bien lejos.
* El dibujo es del blog Tipika , perdón por robarlo por un rato!
Por las noches, soñaba con formas humanas enormes. El sol la enceguecía y ni siquiera las sombras de esos gigantes señores le tapaban la luz.
Pero a ella no le importaban ni el sol ni la luna: los señores grandes le daban miedo y prefería escaparse de ellos antes que cobijarse en sus ropas.
Y cuando ya estaban lejos volvía a respirar con normalidad.
Sin embargo, había uno que no le daba miedo. Con él se pudo subir a un tren y viajar donde no había amenazas.
La llevó bien lejos, a otro reino, otro país.
Allí, la estación de trenes era muy extraña: más sucia pero más soleada. Las personas lucían más tostadas y cargaban por las calles bolsas y gotas de sudor.
Sus zapatitos hacían clac clac por el empedrado. La vereda era muy angosta y preferían ir por la calle.
Ese día, de la mano del señor amigable, ella conoció majestuosas escalinatas, viejas que debían tener ruleros y pintorescos loquitos.
Volvieron en el tren, sentados uno al lado del otro. Una luz se fue y aparecieron cientos como puntitos lejanos, intermitentes. Sus ojos se escaparon por la ventana.
Al volver a su cama, los viejos miedos aparecían. Las enormes figuras se abalanzaban sobre ella, como queriendo devorar su tiempo.
Sin embargo, por las noches cuando sentía la manota en su frente y una caricia en el pelo recordaba la extraña tarde.
Santo remedio. Respiraba tranquila y volvía a soñar con ositos cariñosos y pequeños ponys que la llevaban bien lejos.
* El dibujo es del blog Tipika , perdón por robarlo por un rato!