lunes, 6 de diciembre de 2010

Lugares donde se pasa la infancia

Cuando éramos chicos pasábamos muchas horas del fin de semana en casa. Durante los días de colegio usurpábamos la casa de Coky, que de tanto tenernos en su hogar, se convirtió un poco en abuela-madre. No pudo oficiar de abuela mimadora. Debíamos ser bastante pesados. Los nenes escudriñaban los rincones, se dormían y babeaban el cuidado sillón. Usaban el teléfono y llamaban a 0-600. Se comían las vainillas a escondidas o le tomábamos el restito del café.

Solíamos pasar la tarde revisando los discos de pasta. Escuchando a cantantes italianos de tiempos remotos, que seguro descansaban bajo tierra. Mi abuela y mi vieja cantaban a viva voz y yo creo recordar que las imitaba.

La luz en esos ambientes era extraña. Una luz amarilla o naranja donde estaba la silla de madera y paja. Las alacenas color verde inglés y los moldecitos de bombones. El resto del color lo aportaba el arroz con leche tantas veces preparado o los yogures naturales que hacía en una maquinola para mí incomprensible. Yogur, hecho con yogur.

Cada tanto preguntábamos por historias lejanas, por fotos amarillentas. Coky, se sentaba a contarme, a sacar más fotos, a tomar un adorno de la repisa y a absorberlo de a poco, encontrando su profunda historia, tan metida en su propio cuerpo. La foto de mi abuelo al sol de Italia. Un hombre inalcanzable, diez metros bajo tierra, diez mil veces amado y llorado y otras veces más, extrañado por mi vieja.

Cuando voy a verla, espero encontrar esas cosas, esos recovecos, esa incomodidad de casa ajena, y la familiaridad de lo conocido.

Me parece escuchar alguna melodía italiana…

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