martes, 7 de junio de 2011

Historias antes de ir a dormir


En las noches de vacaciones porteñas, en el calor de nuestra habitación, mis hermanos y yo dábamos vueltas en la cama sin poder dormirnos. Hablábamos a risotadas no recuerdo de qué cosas; jugábamos, mientras papá y mamá solo querían que nos durmiéramos un ratito.

Yo leía hasta tarde con una lucecita baja cuando se dormían los chicos, cuando ya era más de madrugada que de noche.

Otras veces les leía libros que me regalaba Chichí. Libros que al principio no quería ni ver y después se me volvían imprescindibles.

La historia de Simona, su cuchara y sus travesuras era la favorita y la más requerida.

Me acuerdo del olor de las hojas. De la emoción de sentirme grande leyendo para otros, o de desvelarme hasta tarde por solo terminar el libro.


Ayer me quedé leyendo más que de costumbre, hubiera seguido hasta dormirme entre las páginas. Pero trabajo al día siguiente, y las horas de lectura se me acortan. Ayer me acordé que fui niña. Me acordé de mi descripción bloggística, de esa cosa que tengo con la niñez.

Presiento que detrás de todo eso, hay una flechita que me indica un camino. Mi camino

2 comentarios:

El Cronista dijo...

Nunca fui de leer de pequeño. Me gustó más de grande. De chico me parecía algo aburrido...de grande, justamente.
Pero tenía la infaltable Colección Robin Hood con títulos que eran atractivos, después me parecieron pedorros, y hoy veo que tiene algunas gemas.
Son pocos los libros que no te dejan ir a dormirte. La mayoría dan sueño...o pesadillas. Recuerdo con mucho cariño Matar un Ruiseñor, uno de los pocos libros que hizo que la noche se alargara. Recuerdo los de Macedonio Fernandez como un buen somnífero.
Y me gustó lo del olor de las hojas; no me gusta comprar libros nuevos, cuánto más amarillos, mejor!

Anónimo dijo...

me encantan tus blogs sole!!!!!!!!!!!!!!!!! :)
en que andas che!!!
Maca